HOGUERA

La menguada noche estaba en retirada.
Los sueños se acobijaban en nuestras manos entrelazadas.
Nuestros labios ya se conocían de memoria… de toda la vida.
En el aire flotaba esa esencia que profetiza el calor de las almas que se funden en el frenesí de la carne. Y tu mirada… tu mirada se rendía ante la tormenta que vendría.
Humedecí de negro la habitación, vistiendo las luces con mis sombras y en la obscuridad total, que tanto inquietaba tu alma, me acerqué a tu cama para disimularnos bajo las sábanas.
Mi corazón se aceleraba como río revuelto mientras tu piel se erizaba conteniendo el volcán que se esconde en tu vientre.
Mis dedos, mis labios, mi lengua… juntos, explorando cada sector de tu cuerpo.
Juego con mi boca en tu pecho. Me desarmo sintiendo tu respiración insondable y me dejo llevar por el poema que recitan tus suspiros. Nada puede tocarme estando tan cerca del limbo.
Mis manos se extravían en un mar de locura al rozar la belleza del monte norte y mis dedos sacian su sed en lo hondo de tu pasión. Tanta belleza es imposible describir. Sólo estando en mi piel, podrías entender.
Dulcemente, penetro la humedad de tu delicada y suave alma que me abraza tibia como el sol de la mañana… Tanta belleza es imposible de relatar. Y me adentro en el laberinto de tu ser tan sensual.
Nos tomamos de las manos y ascendemos a los infiernos celestiales del placer, galopando por sobre el fuego que nos corroía desde el beso aquél.
Tanta belleza... imposible de narrar. Muero y resucito en tí.
Vida mía, regálame esa noche una vez más.

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