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CERO

Nada te rescata. Nada te alcanza. Nada es lo que esperabas cuando la puerta te tapa el sol. ¿Cuántos juguetes quemaste para llegar a este día? ¿Cuántas preguntas preferiste no hacerte? ¿Para qué tanto apuro, si lo que perseguías era tan difuso? Un puñado de segundos para no implotar. Una porción de momento para esquivar la realidad. Una ley seca de amor en mares de caras por reflejar. ¿Cómo llegaste hasta acá? Tengo el apuro que trae el vacío. Tengo la maldita necesidad de rescatar lo que siempre tengo que rescatar. Eso que aparece y, sin darme cuenta, se vuela con el viento inevitable de lo que se enmascara para no desaparecer entre sus propios miedos. ¡Ah! Los miedos... Barcazas para los seres amargos cual realidad.

EL RESULTADO

Extraña mezcla de violencia y placer, de odio y desconcierto... amor y pecado. Soy hijo del salvajismo enmascarado, de la hipocresía hecha carne. Soy el producto de un segundo de ardor sin razón de ser. Soy el parche a un espacio vacío... el heredero de mil dolores y un desamor. Soy el verdugo y el prisionero de un capricho. Soy un parte del desperfecto del universo y también de su solución natural. Soy “ese”, “aquel”, “el otro”... el de siempre. Soy el bufón de todos y el león enjaulado de mi espejo. Soy un vago recuerdo de mi padre y casi un extraño para lo que delira mi madre. Soy la mentira de la oficina. Soy el que sobra en el planeta. Soy quién no pidió ser parido, ni controló su existir sinsentido. Soy aquél que tiene a la muerte de su lado y una cita con ella cuando quiera. Soy lo que no ven tus ojos vendados. Soy el beso que negaste, aún deseando morder mis labios. Soy la máscara más confiable que te hayas cruzado. Soy lo que quieras que sea, dentro de lo que hago que quieras.

300 SEGUNDOS

Sólo cinco minutos para un torrente de nada en medio de tanto bullicio. Una bocanada de silencio para asfixiar este infierno de gente. Un manto de piedad para cubrir los huesos de esta urbe desnuda de amor, pero merecedora de clemencia. Sólo cinco minutos y no más, para comenzar a entender el entretejido del Universo. Me bastaría con llegar al ojo de la cerradura para espiar los disfraces de Dios… esos con los que intenta satisfacer a un Demonio de manos abiertas y patas frías de tanto esperar. Cinco minutos… no más.