TEMBLORES

Siento mis raíces brotar por sobre la tierra... siento el soplo del mar regar mis ideas.

Tengo en mis manos un sueño de cristal, escondido de los ojos que no saben qué mirar cuando no encuentran los colores que acostumbran dominar... y enfurecidos con los recuerdos que jamás pudieron engendrar, encarnan tristes marionetas de un pequeño teatro sin música ni luz, sin ese perfume de una historia que contar.

Me detienen innegables límites, tristes líneas que dudo mucho en cruzar... pues los miedos que me observan desde el otro lado parecen fieras hambrientas de mi frágil realidad. Las opciones me aniquilan, me lastiman y me quitan el aliento... pero debo decidir quién ganará el premio, sobre la recta final.

Miento con muecas sobreactuadas que no convencerían a quién realmente me observara, pero con eso me alcanza para engañar al pastor y su oveja malherida... con eso alcanza para escapar del murmullo de un mundo suicida, mientras espero que el sol salga a fundir esta amarga suciedad.

Pero el momento llega y abro la puerta, entro a su morada y observo todo el lugar: sus cuadros mugrientos de ambición y vacuidad, sus viejos muebles empapados de triste castidad falsa... las paredes chorrean desigualdad y se amarillentan de necedad. Me adentro en la habitación de su majestad para terminar con su suplicio, y mis manos tiemblan de alegre enfermedad mental que me hunden en un negro mar intelectual. Duerme inconsciente, descansa sonriente, complacida y segura de su control universal. La veo perdida en sus pesadillas de perro y siento mi sangre gritar... me entrego a mi obscuridad para arrancarle la respiración con un abrazo pequeño, pero fuerte y decidido a llegar hasta el final.

Es todo. Su mirada representa el último “adiós” y su alma cae del cuadro y rueda hasta mi bolsa. Nunca más amanecerá.

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